sábado, 31 de octubre de 2009

La Habana 1986-2009


Tiene como 500 años de fundada y como 50 de edad. Una especie de cápsula del tiempo de incomprensible atracción, donde la precariedad, la confusión y la falta de recursos suele disimularse para el visitante muy bien, pero que marca lo cotidiano de los habitantes, acostumbrados a lidiar con problemas extraños para aquellos que venimos del otro mundo, del capitalismo en serio.

Porque partamos de un sinceramiento mínimo: Cuba es esencialmente un país capitalista a la latinoamericana, pero con una superestructura autoritaria, controlista. El capitalismo es lento, ineficiente y tiende a la concentración; no acaba con la pobreza pero garantiza el consumo excesivo y la falta de respeto al medio ambiente. La diferencia está en que a la larga, todo termina en manos de un gran agente económico, el estado, y que el propósito final del movimiento económico no es más que el garantizar que el estado siga incólume en su función de control de la sociedad.

Por eso es que La Habana, con sus pequeños cambios y cosmética mejorada, sigue detenida en el tiempo. El tiempo no puede marchar muy rápido porque se podría perder el control ejercido los últimos 50 años.

Esto no le quita belleza. Para el visitante, es un sueño, no demasiado caro si se tiene una moneda fuerte, y no demasiado difícil si se sabe cómo lidiar con la informalidad. Pero eso sí: el cambio en la sociedad cubana, tras 18 años de desaparición de la Unión Soviética y con el sinceramiento capitalista actual, es brutal.

Yo he vivido en La Habana y la he visitado tres veces más después, e incluso en los buenos tiempos de la abundancia a medias de la burbuja soviética, la vida cotidiana era un gran desafío, con cientos de pequeños trucos para sobrevivir no tan a la escasez sino a la falta de opciones. Recuerdo como en la zona comercial de Centro Habana, de pronto, un sábado cualquiera, llegaron unas repisas de plástico, probables primeros logros de la industria ligera china de mediados de los ochenta. Por tres horas, la gente se repetía en la calle pidiendo instrucciones precisas del lugar en donde se podía adquirir eso; compras habituales o planificadas se postergaban en la búsqueda del plástico añorado, y para el mediodía no había más que un pequeño aviso, indicando el precio del artículo, en el almacén que logró vender sin inconveniente alguno todas sus existencias en tres horas. ¿Cuándo volverían las repisas de plástico color rojo a La Habana? Quién sabe, tal vez nunca volvieron.

El desafío ahora es totalmente distinto. Para el que no tiene acceso a suficientes ingresos, el costo de vida real ha crecido y lo que se puede comprar es poco y sin muchas variantes, pero no llega a los niveles de brutal escasez de la década pasada; digamos que una pobreza pasable, aunque con algunos que la pasan peor, como los mendigos que ahora no son tan raros. Esto no implica que la vivienda no sea una pesadilla: todo lo contrario, el deterioro de las casas es impresionante e impacta.

Pero si se tiene acceso a los Cucos, como algunos peruanos le decían a los pesos cubanos convertibles en un reciente evento académico, la cosa es mucho más simple. Astutamente, el partido decidió sincerar la economía con una devaluación completamente disimulada hace varios años, al crear el C.U.C. Con él se puede comprar de todo, con él se tiene acceso a todos los sitios y a todos los servicios. Lástima que los ingresos de los cubanos de a pie sigan en "M.N.", de la cual se necesita 22 para comprar un Cuco. Y eso no evita el control político, con jornadas ideológicas mezcladas con centros comerciales.

Claro, en los ochenta, un viaje en guagua, una Ikarus húngara, costaba cinco centavos; ahora, subirse a una YuTong china cuesta un peso. Un taxi es en C.U.C., como lo es el petróleo, las gaseosas importadas, la ropa de marca, los productos de tocador que hay en las farmacias con afiches publicitarios en las vitrinas. Los viejos libros de la editorial Arte y Literatura que antes costaban 1.25 ahora cuestan 30, y siguen siendo una ganga para el extranjero, pero ya no son una compra de impulso para el cubano. La censura ahora toma formas más sutiles: no hay plata para editar libros, por lo que no hay la oportunidad de no imprimir las obras de los autores prohibidos.

Pero aunque La Habana ahora tiene tráfico, con semáforos sincronizados a lo largo de la muy bien conservada Quinta Avenida de Miramar, y que hay más hoteles de cadenas, y que La Habana Vieja está espléndida, aunque muy comercializada, las cosas siguen en un ritmo distinto al del resto del mundo. Hay menos luces en las calles y menos autos, incluso en las zonas donde hay movimiento y diversión, que en otras ciudades latinoamericanas (hay Ticos, para hacernos sentir en casa...). Los jóvenes cubanos pueden bailar reggaetón pero el tempo cotidiano es más guarachero, más de un son. La gente espera en las puertas y los umbrales, conversa y fuma como en una vieja película, y la vida discurre con paso tropical, que no quiere decir un baile acelerado, sino una premeditada cadencia en piano ma non tanto, un deslizarse elegante pero calmo. El aire nocturno es delicioso, cálido e invitante en su suavidad.

Para el visitante, La Habana es una ciudad fácil: fácil de entender, fácil de disfrutar, fácil de querer. La Habana camina, no corre ni va en auto, ni siquiera en los viejos Plymouths de antes de la revolución. La Habana es una enorme vereda tropical.
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2 comentarios:

Julio Gómez dijo...

escriba sobre los millones de estómagos vacios de nuestro niños peruanos y como es que no llama a indignación de los que se indignan con las "libertades". ¿"libertad" para matar de hambre a los niños por priorizar en cemento y corrupción?

Eduardo Villanueva Mansilla dijo...

Julio, así no funciona. Si no estás de acuerdo con mis ideas y mis expresiones, no tengo problema que lo digas. Pero no voy a escribir algo porque a ti te parezca. Hazlo en tu blog. En el mío, ejerzo mi libertad de expresarme sobre lo que me parece y cómo me parece, libertad que considero elemental, fundamental.